Me cago en la elegancia
Así decía mi mamá cuando se ponía ropa vieja, "hoy me vestí en me cago en la elegancia"...
Ayer tuve un día de esos de pido gancho, estaba agotada, me dolía todo el cuerpo, mocos, un poquito de tos... una porquería que no llega a ser gripe, pero casi... necesitaba dormir, descansar, desconectar los cablecitos, y por suerte se podía.
Me dí cuenta de que al rato de estar en casa mi vestuario era el siguiente: babuchas violetas, remera marron, buzo de algodón bordó, chaleco de polar celeste, triangulito tejido negro, medias rayadas y pantuflas de lana multicolores...
y me dí cuenta tambien que encontraba un placer escandaloso en regodearme en mis infinitas capas de ropa... me daba mucha alegría poder estar "vestida" con ese buzo manchado, ese chaleco espantoso, y esas babuchas desteñidas.... fue como ponerme encima mis capas de intimidad que me protegen del frío.
De ambos fríos, del de afuera y del de adentro.
Como piyama no tengo...
me tuve que vestir en me cago en la elegancia.
Qué calentito!
4 comentarios:
mi amiga Andrea me decía ayer: enferma sí, sencilla nunca....re engripada pero peinada de peluquería con las uñas pintadas y piyama en composé....yo soy del estilo tuyo (ropas superpuestas cual cebolla)
En la sombra, bajo la visera verde de la gorra, los altaneros ojos azules y amarillos de Ignatius J. Reilly miraban a las demás oersonas que esperaban bajo el reloj junto a los grandes almacenes D. H. Holmes, estudiando a la multitud en busca de signos de mal gusto en el vestir. Ignatius percibió que algunos atuendos eran lo bastante nuevos y lo bastante caros como para ser considerados sin duda ofensas al buen gusto y la decencia. La posesión de algo nuevo o caro sólo reflejaba la falta de teología y de geometría de una persona. Podía proyectar incluso dudas sobre el alma misma del sujeto.
Ignatius vestía, por su parte, de un modo cómodo y razonable. La gorra de cazador le protegía contra los enfriamientos de cabeza. Los voluminosos pantalones de tweed eran muy duraderos y permitían una locomoción inusitadamente libre. Sus pliegues y rincones contenían pequeñas bolsas de aire rancio y cálido que a él le complacían muchísimo. La sencilla camisa de franela hacía innecesaria la chaqueta, mientras que la bufanda protegía la piel que quedaba expuesta al aire entre las orejeras y el cuello. Era un atuendo aceptable, según todas las normas teológicas y geométricas, aunque resultase algo abstruso, y sugería una rica vida interior.
Lo, yo no estoy peinada "de peluquería" ni en mis mejores momentos!!!!
Dieguito, Me encantó!!!!!!!!!!!
me reí mucho Carolei!!!!!
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