La canasta
Este era un barrio de banco Hipotecario, nuevito, lo más parecido a lo que hoy sería un barrio cerrado (pero pobre).
Digamos que era cerrado por la circunstancia de quedar en el culo del mundo, no por intención.
Eran -son- unas 500 casas, todas iguales, rodeadas de campo (en la actualidad está la estancia Abril y un barrio nuevo que están haciendo, además del peaje de la autopista) perteneciente a los Pereyra Iraola, con sólo el tren para llegar, y ya.
Al principio pasaba el pescador (gritaba pescadooooooor y atrás venían todos los gatos del barrio parecían Don Gato y su Pandilla), el lechero, para comprar la verdura había que ir a "las quintas", y en las siestas de verano pasaba el carro que al grito de Sándia calada doña, te prometía la dulzura de la sándia (con acento a propósito) en el porsche con los amigos "a la sombra que hay mucho soooooool" gritaban las mamás.
Bueno, en ese ámbito funcionaba muy bien la venta ambulante. La venta casa por casa.
Y así todos teníamos los mismos repasadores, los mismos platos, los mismos cubiertos, las mismas cortinas de plástico (las de tiritas, cómo olvidar el ruido que hacen cuando uno pasa y atrás "no azotes el mosquiteroooooooooo") .
Una de las cosas que se vendieron a rabiar en La Porteña en un año, fueron las canastas. Éstas, las que el 80% de las nenas llevábamos a la escuela.
Eran tejidas de unos flejes de plástico, tenían el tamaño exacto para que entraran dos carpetas paraditas y como eran bastante rígidas estaba bueno porque podías apoyarla en el suelo sin que se desparramara todo por la vereda mientras una corría a alguien o rescataba un gato de un árbol o pateaba un hormiguero, o cualquiera de esas actividades muchísimo más importantes que llegar con los útiles sanos al colegio.
La mía era verde, y tenía una franja blanca, con una tirita roja.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario